Creado en 1959 bajo los auspicios del Instituto Vascongado de Cultura Hispánica, organismo dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, el Certamen Internacional de Cine Documental Iberoamericano y Filipino de Bilbao (este fue su nombre inicial) se concibió como hermano menor y en cierto sentido complementario del Festival de San Sebastián, que había iniciado su andadura seis años antes. Su campo de acción se amplió con rapidez a todos los países del orbe y para 1968, en sintonía con el auge del corto de ficción en España que se constataba por aquellas fechas, dio cabida a este último tipo de cine. Coincidiendo con los años de gestión de Roberto Negro como director, el festival conoció entre 1972 y 1981 sus años más intensos, en los que cumplió la doble función de convertirse en plataforma de debate del cine español de cortometraje y de espacio de difusión de obras provenientes de las cinematografías más variopintas, con especial atención al cine de procedencia latinoamericana.
En 1974 el certamen alcanza el reconocimiento por parte de la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Films (FIAPF) como festival competitivo en sus tres áreas de ficción, documental y animación, aunque durante los dos años anteriores, haciéndose eco de modas foráneas, resultado de los huracanes del 68 que habían sacudido de manera profunda el mundo de los festivales cinematográficos de la época, había renunciado a cualquier palmarés, sustituyéndolo temporalmente por unos democráticos certificados de participación expedidos a los filmes presentados.
En otro orden de cosas, le cabe el honor al certamen bilbaíno de haber servido de crisol para la génesis de lo que, en los años de la Transición, vino a conocerse con la denominación de cine vasco, en la medida en la que buena parte de los nombres que formaron, por aquel entonces, una nómina susceptible de ampliaciones y reducciones al albur de las políticas autonómicas de subvención velaron sus armas cortas en sus sesiones.
A partir de 1981, el festival fue asumido institucionalmente por el Ayuntamiento de Bilbao y en el año 1987 fue integrado, a efectos de su gestión, en la órbita del Teatro Arriaga, que pasó a constituirse en su nueva sede orillando a la clásica sala del cine Gran Vía, con cuya definitiva desaparición se evaporaron buena parte de las memorias sentimentales del certamen.
Coincidiendo con la llegada de un nuevo y profesionalizado equipo de gestión, el Festival de Bilbao emprendió desde el año 2000 una nueva época que le ha servido para consolidar su lugar entre los festivales internacionales de su especialidad (en la actualidad recibe más de 2.000 inscripciones de películas para concurso) y tratar de encontrar su camino, mientras continúa sirviendo de plataforma a los nuevos realizadores vascos y españoles, en la promoción de un cine que no se agota en la repetición artesana de fórmulas estereotipadas sino que apuesta por la experimentación formal, la hibridez significativa de los nuevos productos culturales y la creciente indagación en la cada vez más compleja realidad contemporánea.
Un resumen apresurado de los nombres del cine internacional premiados en Bilbao nos coloca ante una lista en la que destacan cineastas del calado de Jacques Demy, Pierre Perrault, Michel Brault, Claude Lelouch, Gian Vittorio Baldi, Fernando Birri, James Blue, Santiago Álvarez, Robert L. Drew, Felipe Cazals, Peter Watkins o Peter Mullan. En este sentido, cabe afirmar que el festival bilbaíno ha cumplido con creces la función principal que puede asignarse a una manifestación cultural de sus características: servir de banco de prueba de nuevas tendencias y formas de entender el cine, acogiendo a alguno de sus practicantes más arriesgados y ofreciéndoles la oportunidad de hacer visibles sus trabajos en un marco especializado.
Un recuento similar, realizado entre las filas del cine español, permite tomar nota de que en este festival han emergido como cineastas autores pertenecientes al menos a tres generaciones distintas: Carlos Saura, Ramón Masats, Basilio M. Patino, Pío Caro Baroja, José Val del Omar, Javier Aguirre, Gabriel Blanco, Jaime Chávarri, Francisco Betriu, Imanol Uribe, Montxo Armendáriz, Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa, Javier Rebollo o Santiago Segura. Para buena parte de la nómina más creativa de nuestro cine la parada y fonda en Bilbao se ha revelado extraordinariamente fructífera dando a sus trabajos la necesaria caja de resonancia que los ha situado en el punto de mira de la crítica y, en su caso, del público.
José Julián Bakedano
Santos Zunzunegui